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Aunque resulte paradójico por representar el mundo del consumo y de lo material, la sociedad norteamericana es una de las más religiosas del planeta. Todos los presidentes, incluido Obama, se han declarado profundamente creyentes. El fundamentalismo de principios del siglo XX es el caldo de cultivo en el que nace gran parte de la identidad actual de los Estados Unidos. Frente a las corrientes evolucionistas y marxistas europeas, el fundamentalismo americano, en su recurrente lectura del texto bíblico, se convierte en impulsor de una peculiar idea que confiere a los Estados Unidos el papel restaurador del viejo orden de la cristiandad. Algunas expresiones sociales modernas como pueden ser el feminismo, la cultura gay o la pornografía, han sido entendidas por los fundamentalistas actuales como una constante amenaza a los viejos y arcádicos mitos fundacionales. Desde la década de los setenta, organizaciones religiosas como la Moral Majority consiguen irradiar, a través de importantes cadenas de televisión, un mensaje de carácter paranoico que muy bien pudo ser la clave de los éxitos electorales de Reagan y los Bush, así como el detonante de términos tan fundamentalistas como "justicia infinita" o "el eje del mal".
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