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El Reino de Dios crece como una semilla, nos asegura el Evangelio. Crece como la semilla del grano de mostaza que es la más pequeña entre las semillas hasta convertirse en un árbol frondoso capaz de albergar los pájaros del cielo. Pero para crecer necesita buena tierra y cuidados especiales como el agua que no ha de faltarle. En el bautismo los cristianos hemos recibido la semilla de la fe. Para que crezca necesitamos cultivarla a lo largo de toda nuestra vida. ¿No se nos pide que seamos inmaculados, apunta la Exhortación Evangelii Gaudium, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos¿. (EG 151). De ahí la necesidad de un encuentro vivo, cordial, frecuente con la Palabra de Dios para que ella vaya transformando nuestra manera de sentir y de pensar generando lenta pero sólidamente una nueva mentalidad: la del hombre nuevo ¿creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad¿. (Ef 4,24). A ello quiere contribuir modestamente el presente trabajo en la convicción de que ¿es indispensable que la Palabra de Dios «sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial». (EG 174).
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