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"She was part of the 'stunt girl' movement that was very important in the 1880s and 1890s as these big, mass-circulation yellow journalism papers came into the fore." -Brooke KroegerAround the World in Seventy-Two Days (1890) is a travel narrative by American investigative journalist Nellie Bly. Proposed as a recreation of the journey undertaken by Phileas Fogg in Jules Verne's Around the World in Eighty Days (1873), Bly's journey was covered in Joseph Pulitzer's popular newspaper the New York World, inspiring countless others to attempt to surpass her record. At the time, readers at home were encouraged to estimate the hour and day of Bly's arrival, and a popular board game was released in commemoration of her undertaking.Embarking from Hoboken, noted investigative journalist Nellie Bly began a voyage that would take her around the globe. Bringing only a change of clothes, money, and a small travel bag, Bly travelled by steamship and train through England, France--where she met Jules Verne--Italy, the Suez Canal, Ceylon, Singapore, Hong Kong, and Japan. Sending progress reports via telegraph, she made small reports back home while recording her experiences for publication upon her return. Despite several setbacks due to travel delays in Asia, Bly managed to beat her estimated arrival time by several days despite making unplanned detours, such as visiting a Chinese leper colony, along the way. Unbeknownst to Bly, her trip had inspired Cosmopolitan's Elizabeth Brisland to make a similar circumnavigation beginning on the exact day, launching a series of copycat adventures by ambitious voyagers over the next few decades. Despite being surrounded by this air of popularity and competition, however, Bly took care to make her journey worthwhile, showcasing her skill as a reporter and true pioneer of investigative journalism.With a beautifully designed cover and professionally typeset manuscript, this edition of Nellie Bly's Around the World in Seventy-Two Days is a classic work of American travel literature reimagined for modern readers.
... À 5 heures, nous sommes à Richmond, où règne une tempête de neige. Nous allons souper chez le curé, M. Quinn, puis repartons à 6 1/2 heures. Il nous fallut changer de train à Newport, après y avoir attendu plus d'une heure, à la gare. Ce fut assez ennuyeux ; heureusement je trouvai là un jeune homme de Lévis, qui a voyagé beaucoup, au Mexique, au Texas et autres endroits : il me donna une foule de détails intéressants. Vers minuit, nous repartons...
Tras considerar el devenir histórico y contemplar el mundo viviente con anhelosa solicitud, las emociones más melancólicas de indignación desconsolada han oprimido mi espíritu y lamento verme obligada a confesar tanto que la Naturaleza ha establecido una gran diferencia entre un hombre y otro como que la civilización que hasta ahora ha habido en el mundo ha sido muy parcial. He repasado varios libros sobre educación y he observado pacientemente la conducta de los padres y la administración de las escuelas. ¿Cuál ha sido el resultado? La profunda convicción de que la educación descuidada de mis semejantes es la gran fuente de la calamidad que deploro y de que a las mujeres, en particular, se las hace débiles y despreciables por una variedad de causas concurrentes, originadas en una conclusión precipitada. La conducta y los modales de las mujeres, de hecho, prueban con claridad que sus mentes no se encuentran en un estado saludable, porque al igual que las flores plantadas en una tierra demasiado rica, la fortaleza y provecho se sacrifican a la belleza, y las hojas suntuosas, tras haber resultado placenteras a una mirada exigente, se marchitan y abandonan en el tallo mucho antes del tiempo en que tendrían que llegar a su sazón. Atribuyo una de las causas de este florecimiento estéril a un sistema de educación falso, organizado mediante los libros que sobre el tema han escrito hombres que, al considerar a las mujeres más como tales que como criaturas humanas, se han mostrado más dispuestos a hacer de ellas damas seductoras que esposas afectuosas y madres racionales; y este homenaje engañoso ha distorsionado tanto la comprensión del sexo, que las mujeres civilizadas de nuestro siglo, con unas pocas excepciones, solo desean fervientemente inspirar amor, cuando debieran abrigar una ambición más noble y exigir respeto por su capacidad y sus virtudes.
DON ÍÑIGO Seas, Motril, bien venido.MOTRIL ¿Esa es, Señor, tu alegría? Con cara de hipocondría a recibirme has salido. Cuando vengo de Sevilla a verte recién casado, ¿te hallo tan desazonado? ¿Has dado librea amarilla? Que tu semblante la copia. ¿Triste ya, casado ayer? ¿No te agradó tu mujer? ¿Has caído ya en que es propia? ¿Has dado en guerra civil? ¿Echas menos lo soltero? ¡Te ha salido el dote güero?DON ÍÑIGO No me be casado, Motril; que es la congoja en que peno. MOTRIL ¡Jesús! Pues ¿quién te curó de una boda que te dio, estando tú sano y bueno?
8 a. m. Instalado en el tren con premura. (Un tren largo aquí y que nada será perdido en la pampa, dentro de poco). Buenos Aires, Mendoza, Santiago, cordillera inclusive, con derroche de cumbres, laderas y demás componentes obligatorios. Va hacer mucho calor y tierra de esa que, ha poco, aventaba cascos de caballos indios. Entretanto cruzan por andenes y pasadizos algunos remolinos de provincianos: héroes que vuelven d haber conquistado la capital. Arrinconarse y mirarlos con el merecido respeto. Sombreros grises, martingalas, guantes color patito, tez mate y pelo lacio. Sube a mi vagón una pareja que he encontrado en la agencia donde compré mi boleto. Recuerdo que en aquella ocasión miré a la mujer como se mira una belleza de cinematógrafo a cuya patria no se irá. Ahora, la coincidencia de nuestro encuentro me parece significativa. Me pregunto: ¿es un peligro? Respondo con un nuevo interrogante: ¿no es siempre un peligro vivir?
1.En el nomne del Padre, que fizo toda cosa, Et de don Ihesuchristo,fijo de la Gloriosa, Et del Spiritu Sancto,que egual dellos posa, De un confessor sancto quiero fer una prosa.2.Quiero fer una prosa en roman paladino En qual suele el pueblo fablar a su veçino, Ca non so tan letrado por fer otro latino, Bien valdrá,commo creo,un vaso de bon vino.3.Quiero que lo sepades luego de la primera Cuya es la ystoria, metervos en carrera: Es de Sancto Domingo,toda bien verdadera, El que diçen de Silos,que salva la frontera.4.En el nonne de Dios,que nombramos primero, Suyo sea el preçio,yo seré su obrero, Galardón del laçerio yo em él lo espero, Que por poco serviçio da galardón larguero.5.Sennor Sancto Domingo,dizlo la escriptura, Natural fue de Cannas,non de bassa natura, Lealmente fué fecho a toda derechura, De todo muy derecho,sin nulla depresura.
DON ISIDRO, en la mesa, examinando un libro de cuentas, DOÑA TRINIDAD, en el centro, sentada; junto a ella, DON NICOMEDES, sentado como en visita, LUENGO, en pie.ISIDRO.- (Dando un gran suspiro, cierra el libro de cuentas.) Si Dios no hace un milagro, no hay salvación para mi casa.TRINIDAD.- (Afligida.) ¡Jesús nos valga!LUENGO.- Querido don Isidro, ánimo. Una retirada honrosa, como dijo el otro, vale tanto como ganar la batalla.NICOMEDES.- Justo. El valor es plata, la prudencia oro. ¿Que no puede usted vencer? Pues se retira en buen orden, y...LUENGO.- Y acepta el traspaso que le propuse.TRINIDAD.- ¡Traspasar, rendirse cobardemente! ¡Ay, si viene la miseria no es decoroso que nos entreguemos a ella sin lucha!ISIDRO.- (Con gran abatimiento.) ¡Luchar! ¡Qué bonito para dicho! Pero, en fin, luchemos, alma, luchemos. (Reanimándose.) Cierto que aún podríamos... Luengo querido, don Nicomedes, yo veo un medio de salir a flote, con paciencia, y tiempo por delante... pero necesito del concurso de los buenos amigos...LUENGO.- Don Isidro de mi alma, doña Trinidad, bien saben que les quiero como un hijo... ¡Ah, si yo tuviera capital, ya estaba usted salvado! Pero es público y notorio que mis corretajes no me dan más que lo comido por lo servido. El amigo don Nicomedes, a quien hablé esta mañana de parte de usted, ha tenido la bondad de venir conmigo para manifestarles...
Un quídam Caporal italïano, de patria perusino, a lo que entiendo, de ingenio griego y de valor romano, llevado de un capricho reverendo, le vino en voluntad de ir a Parnaso, por huir de la Corte el vario estruendo. Solo y a pie partióse, y paso a paso llegó donde compró una mula antigua, de color parda y tartamudo paso. Nunca a medroso pareció estantigua mayor, ni menos buena para carga, grande en los huesos y en la fuerza exigua, corta de vista, aunque de cola larga, estrecha en los ijares, y en el cuero más dura que lo son los de una adarga. Era de ingenio cabalmente entero: caía en cualquier cosa fácilmente, así en abril como en el mes de enero. En fin, sobre ella el poetón valiente llegó al Parnaso, y fue del rubio Apolo agasajado con serena frente.
Cierto astrólogo me dijo una vez que el signo zodiacal que presidía la casa de mi nacimiento indicaba, entre otros accidentes, temerarios peligros en viajes de mar, y yo sonreí con dulzura porque no creía en la influencia de los astros; de manera que al iniciar mi viaje hacia Panamá ni por un momento se me ocurrió que me aguardaban aventuras tan tremendas como las que me permitirían compaginar la presente crónica, que, sumada a los informes telegráficos del corresponsal del "Times" en Honolulú, constituye una de las más sorprendentísimas historias que la Geología haya podido desear para completar sus estudios sobre las dislocaciones que se producen en el fondo del océano Pacífico. Tuve el presentimiento de la desgracia el día 23 de setiembre a las 16 horas, momento en que permanecía recostado en la hamaca del primer puente del buque "Blue Star", mirando caer la tarde sobre el puerto de Antofagasta.
SÍMBOLOCristo tenía un espejo en cada mano. Multiplicaba su propio espectro. Proyectaba su corazón en las miradas negras. ¡Creo!EL GRAN ESPEJOVivimos bajo el gran espejo. ¡El hombre es azul! ¡Hosanna!REFLEJODoña Luna. (¿Se ha roto el azogue?) No. ¿Qué muchacho ha encendido su linterna? Sólo una mariposa basta para apagarte. Calla... ¡pero es posible! ¡Aquella luciérnaga es la luna!RAYOSTodo es abanico. Hermano, abre los brazos. Dios es el punto.
LADY CAROLINE: Creo que ésta es la primera casa de campo inglesa en la que vive usted, ¿verdad, miss Worsley?HESTER: Sí, lady Caroline.LADY CAROLINE: Me han dicho que tienen ustedes casas de campo en América. HESTER: No muchas.LADY CAROLINE: ¿Y tienen ustedes lo que aquí llamamos campo?HESTER (Sonriendo): Tenemos el campo más grande del mundo, lady Caroline. Suelen decirnos en la escuela que algunos de nuestros estados son tan grandes como Inglaterra y Francia juntas.LADY CAROLINE: ¡Ah! Supongo que sí. (A sir John.) John, deberías ponerte la bufanda. ¿De qué sirve que yo siempre esté haciéndote bufandas, si luego tú no las usas?SIR JOHN: Tengo mucho calor, Caroline, te lo aseguro. LADY CAROLINE: Creo que no, John. Bueno, no podía usted haber venido a un sitio más encantador que éste, miss Worsley, aunque la casa es excesivamente húmeda, de una humedad terrible, y la querida lady Hunstanton a veces no está muy acertada en la elección de la gente que invita aquí. (A sir John.) Jane hace demasiadas mezclas. Lord Illingworth, desde luego, es un hombre de gran distinción. Es un privilegio conocerlo. Y ese miembro del Parlamento, míster Kettle¿
La isla de UTOPIA se extiende unos doscientos kilómetros, y por larguísimo espacio no se estrecha considerablemente, pero en sus extremos queda reducida a unos cincuenta kilómetros. Dichos extremos están como torcidos, de manera que toda la isla tiene una forma parecida a la de la luna nueva.Estas partes extremas, azotadas por el mar, distan una de otra unos once kilómetros.Entre estos brazos se forma como a manera de un lago apacible, quedando un refugio muy bien acomodado, desde el que pueden mandar sus flotas a otras regiones y países. Las gargantas que forma la entrada, que por una parte tienen bancos de arena y vados, y por otra parte escollos disimulados, ponen espanto al que pretendiera entrar como enemigo. Casi en el centro de este espacio existe una gran roca, en cuya parte superior han construido un fortín, y en el que existe un presidio.
A la moda de las exposiciones sucedió, no hace mucho tiempo, la de los centenarios: algo como mundanas y populares apoteosis, culto y adoración de los héroes. Y hallándose esta moda en todo su auge, se nos vino encima el año 1892, y con él un grandísimo empeño, en la peor ocasión que pudiera imaginarse y temerse.Van a cumplirse cuatro siglos desde que se descubrió el Nuevo Mundo, acontecimiento de tal magnitud, que no hay en la historia de nuestro linaje otro mayor en lo meramente humano; no hay acaso otro mayor, salvo la teofanía del Sinaí y el suplicio redentor del Gólgota.¿Cómo no ha de celebrar España este cuarto centenario que celebrarán a porfía las nuevas naciones de América, y sin duda Italia, patria del atrevido e inspirado piloto que se abrió camino por el Atlántico para que el vaticinio de Séneca se cumpliese, se agrandase el concepto de las cosas creadas y se llegase al fin, no por conjeturas y especulaciones, sino por experiencia, a conocer la extensión, la forma y la repartición exacta en continentes, islas y mares, del planeta en que vivimos?
VELLIDO. RAMIRA. VELLIDO Locura es mi pasión, yo lo confieso, pero es mi bien, mi vida esta locura. Hidalgo pobre, campeón oscuro, no puedo yo esperar la gloria suma que a príncipes tan sólo y ricos-hombres es dado ambicionar; mas por ventura ¿se aprende entre las ásperas montañas do tosca y libre se meció mi cuna, se aprende entre el furor de los combates a vencer un amor que al alma adula, y a no llevar el hombre sus deseos más allá que su nombre y su fortuna? ¡Adorar a una infanta de Castilla, a quien Zamora llama Reina suya!... ¿Por qué no, si esa infanta, si esa reina prodigio es de valor y de hermosura, y ojos para mirarla diome el cielo y altivo corazón donde se esculpa su grata imagen con buril ardiente que al hielo desafíe de la tumba? ¿Por qué... cómo no amarla si en su rostro al celeste esplendor que me deslumbra hoy adverso destino los encantos de lágrimas dolientes acumula? Blanco infelice de opresión tirana, de alevosa ambición víctima injusta, llora enemigo atroz al propio hermano que acarició no ha mucho su ternura. Los vínculos sagrados de la sangre rompe don Sancho con horrenda furia, y en vez de protegerla con su escudo contra débil mujer la lanza empuña. No bastan a su bárbara codicia Castilla y Portugal, León y Asturias: no basta despojar a sus hermanos de la herencia paterna y que sucumban, Alfonso mendigando el pan de un moro, preso García y olvidado en Luna; que también a dos míseras princesas, sangre suya las dos y prole augusta del gran Fernando cuyo nombre infama, la escasa dote sin rubor usurpa. Hermosa, y noble, y perseguida, y sola, el que no la idolatra, ese la injuria. En vano ya los ojos y los labios se niegan a mostrar la llama oculta. No más callar. Martirio es el silencio. Hoy, Ramira, mi fallo se pronuncia. Hoy sabrá que la adoro, aunque a sus plantas el rayo de su enojo me confunda.
El domingo 24 de mayo de 1863, mi tío, el profesor Lidenbrock, regresó precipitadamente a su casa, situada en el número 19 de la König-strasse, una de las calles más antiguas del barrio viejo de Hamburgo. Marta, su excelente criada, se azaró de un modo extraordinario, creyendo que se había retrasado, pues apenas si empezaba a cocer la comida en el hornillo. «Bueno» pensé para mí, «si mi tío viene con hambre, se va a armar la de San Quintín porque dificulto que haya un hombre de menos paciencia». ¿¡Tan temprano y ya está aquí el señor Lidenbrock! ¿exclamó la pobre Marta, llena de estupefacción, entreabriendo la puerta del comedor. ¿Sí, Marta; pero tú no tienes la culpa de que la comida no esté lista todavía, porque aún no son las dos. Acaba de dar la media en San Miguel. ¿¿Y por qué ha venido tan pronto el señor Lidenbrock? ¿Él nos lo explicará, probablemente. ¿¡Ahí viene! Yo me escapo. Señor Axel, hágale entrar en razón. Y la excelente Marta se marchó presurosa a su laboratorio culinario, quedándome yo solo.
Wundervolle 2800 km zu FußDer Jakobsweg begeistert jedes Jahre Hunderttausende, nimmt sie in seinen Bann wie uns zwei Pilger.Wir sind von unserer Haustüre in Süddeutschland losgelaufen ohne großen Plan und nur das Nötigste im Rucksack. Am ersten Tag starteten wir um 7 Uhr und sollten an diesem Tag nach über 40 km in Braunsbach die erste Tagesetappe beenden. Unterwegs bei einer Rast kam ein Mofafahrer vorbei, hielt kurz an, schüttelte den Kopf und fuhr weiter. Als wir unsere Wanderung fortsetzten bemerkten wir den Grund, denn neben unserer Bank lagen drei leere Flaschen Rotwein.Und so erlebten wir über die 10 Etappen immer wieder skurrile Begebenheiten, lernten viele nette Menschen aus der ganzen Welt kennen, kamen durch unterschiedlichste Regionen, oft auch mit kulinarischen Köstlichkeiten, was für den Pilger auch eine Belohnung nach einer anstrengenden Etappe ist.
El excelente Mr. Morris era un inglés que vivió en la época de la buena reina Victoria. Era, un hombre próspero y muy sensato; leía el Times e iba a la iglesia. Al llegar a la edad madura, se fijó en su rostro una expresión de desdén tranquilo y satisfecho por todo lo que no era como él. Era Mr. Morris una de esas personas que hacen con una inevitable regularidad todo lo que está bien, lo que es formal y racional. Llevaba siempre vestidos correctos y decentes, justo medio entre, lo elegante y lo mezquino. Contribuía regularmente a las obras caritativas de buen tono, transacción juiciosa entre la ostentación y la tacañería, y nunca dejaba de hacerse cortar los cabellos de un largo que denotara una exacta decencia. Todo cuanto era correcto y decente que poseyera un hombre de su posición, lo poseía él, y lodo lo que no era ni correcto ni decente para un hombre de su posición, no lo poseía.Entre esas posesiones correctas y decentes, el tal Mr.
De las casas arraigadas sobre las dos aceras, no hablemos; si independientes en su desnivel eran éstas, éranlo más aquéllas en sus arquitecturas. Habíalas altas, de cinco pisos, hombreándose junto a casuchos en que sólo una ventana y una puerta daban testimonios de ventilación. Unas ostentaban en sus remates aleros, adornados con canalones prontos a convertirse en duchas de sorpresa, para el transeúnte, a poco que diesen las nubes en llover; otras ufanábanse con balcones de hierros negros y torcidos, que hacían pensar en los últimos Austrias; cuales con balconcetes minúsculos, que revivían a los penúltimos Borbones; algunas se acortinaban con enredaderas o se volvían jardín a puro rellenarse de tiestos; no escasas afeitaban su vejez con revoques o enlucían sus huecos con todo linaje de multicolores harapos. Por la mayor parte salía un rumor continuo, formado con todos los gritos que puede lanzar un ejército de mujeres, y todos los juramentos que puede proferir una legión de hombres, y todos los llantos que puede promover una colmena de chiquillos. Y es que las tales casas pertenecían a las llamadas de vecindad, a las que en buena ley debieran llamarse antesalas del infierno, purgatorios donde la suciedad tiene su palacio, el hombre su banderín de enganche y la desdicha humana su natural habitación. En una de estas casas, que dentro de poco serán un recuerdo arqueológico para los vecinos de Madrid, vivía mi persona, que, dentro de poco también, será, si consigue serlo, un recuerdo para los jóvenes que ahora la saludan.
A las once y media de la noche, y en uno de los palacios más hermosos de la calle Neuve-des-Mathurins, estaban sentadas dos mujeres delante de la chimenea de un boudoir tapizado con ese terciopelo azul de suaves reflejos tornasolados, que la industria francesa no ha sabido fabricar hasta estos últimos años. Un artista ha cubierto sus puertas y ventanas con mullidas cortinas de cachemira de un azul semejante al del tapizado. Una lámpara de plata, adornada con turquesas y suspendida por tres cadenas de un hermoso labrado, cuelga de un lindo rosetón colocado en el centro del techo. El estilo decorativo se extiende a los más pequeños detalles e incluso a ese mismo techo cubierto de seda azul con aplicaciones de cachemira blanca, cuyas largas bandas plisadas caen con simetría sobre el tapizado, al que están sujetas por lazos de perlas. Los pies encuentran el cálido tejido de una alfombra belga, gruesa como un césped y con un fondo gris de lino sembrado de ramilletes azules. El mobiliario, tallado en madera maciza de palisandro, según los modelos más bellos de la época antigua, realza con sus tonos ricos la insipidez del conjunto, un tanto desvanecido, como diría un pintor. El respaldo de las sillas y de las butacas ofrece a la vista lindos estampados de una rica tela de seda blanca, recamada de flores azules y con un amplio marco de follaje delicadamente recortado en la madera.
Pero, me diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene esto que ver con una habitación propia? Intentaré explicarme. Cuando me pedisteis que hablara de las mujeres y la novela, me senté a orillas de un río y me puse a pensar qué significarían esas palabras. Quizás implicaban sencillamente unas cuantas observaciones sobre Fanny Burney; algunas más sobre Jane Austen; un tributo a las Brontë y un esbozo de la rectoría de Haworth bajo la nieve; algunas agudezas, de ser posible, sobre Miss Mitford; una alusión respetuosa a George Eliot; una referencia a Mrs. Gaskell y esto habría bastado. Pero, pensándolo mejor, estas palabras no me parecieron tan sencillas. El título las mujeres y la novela quizá significaba, y quizás era éste el sentido que le dabais, las mujeres y su modo de ser; o las mujeres y las novelas que escriben; o las mujeres y las fantasías que se han escrito sobre ellas; o quizás estos tres sentidos estaban inextricablemente unidos y así es como queríais que yo enfocara el tema. Pero cuando me puse a enfocarlo de este modo, que me pareció el más interesante, pronto me di cuenta de que esto presentaba un grave inconveniente. Nunca podría llegar a una conclusión. Nunca podría cumplir con lo que, tengo entendido, es el deber primordial de un conferenciante: entregaros tras un discurso de una hora una pepita de verdad pura para que la guardarais entre las hojas de vuestros cuadernos de apuntes y la conservarais para siempre en la repisa de la chimenea.
¿La Signora no tiene derecho a hacer esto ¿dijo la señorita Bartlett¿, ningún derecho. Nos prometió habitaciones al sur con una panorámica conjunta; en su lugar, aquí tenemos habitaciones al lado norte y dan a un patio y bien alejadas. ¡Oh, Lucy! ¿¡Y además es una cockney! ¿dijo Lucy, que se había entristecido por el inesperado acento de la Signorä. Se diría que estamos en Londres. Miró las dos hileras de ingleses sentados junto a la mesa; la hilera de botellas blancas de agua y rojas de vino que corrían entre sus manos; los retratos de la última reina y del último poeta laureado que colgaban detrás de los británicos, pesadamente vestidos; el cartel de la Iglesia anglicana (reverendo Cuthbert Eager, M. A. Oxon), que constituían la única decoración de la pared. ¿Charlotte, ¿no sientes también tú que bien podríamos encontrarnos en Londres? A duras penas puedo creer que todo este tipo de cosas distintas estén precisamente fuera. Supongo que se debe a que una se siente tan cansada.
WAMBA: Como que hase trampas. PÉREZ: ¡Señor maestro! (A Cabrera.) ¡Doctor! ¿Oye usté?¿ ¿Yo trampas? WAMBA: ¡Trampas! Usté juega encomendándose al Todopoderosö, y lo del cuento: ¡aquí milagritos, no, que nos jugamos el dinero! ¿Quién va? CABRERA: Por la mano. (Juegan.) FARFÁN: (Volviéndose de espaldas a la partida.) Don Ramonsito, y usté, ¿cómo no juega alguna ves al tresillo? RAMONCITO: ¡Ay, eso es cosa de caballeros, amigo Farfán! Pero yo, ¡pobre de mí! ¿Quién soy yo para alternar con ustedes? Un don nadie. Menos: sin don. ¡Un nadie a secas!FARFÁN: No se haga usté el chiquito, hombre. RAMONCITO: No, si yo no me hago el chiquitö ¡Si lo estoy hecho desde que nací! Y yo, muy contento con mi insignificancia, no vaya usté a creer. PÉREZ: Bien, don Ramoncito, bien por esa santa conformidad. ¡El basto! WAMBA: (Tirando una carta.) ¡Porras!
King¿s-Hintock Court (dijo el orador, consultando sus notas) es, como todos sabemos, una de las mansiones más imponentes de las que dominan nuestro hermoso Blackmoor o Blakemore Vale. En la ocasión particular que me dispongo a referir se alzaba este edificio, como siempre, en el silencio perfecto de una noche serena y clara, iluminada únicamente por el frío fulgor de las estrellas. Sucedió un invierno de hace mucho tiempo, cuando el siglo XVIII apenas había pasado de su primer tercio. Norte, sur y oeste, todas las ventanas cerradas, todas las cortinas corridas; sólo una ventana del flanco este de la planta superior estaba abierta y una muchacha de unos doce o trece años se encontraba inclinada sobre el alféizar. Bastaba verla para comprender que no se había asomado a contemplar el paisaje, pues se cubría los ojos con las manos. Se hallaba la muchacha en la última de una serie de habitaciones, a las que sólo se accedía a través de un amplio dormitorio anexo. Llegaban de esta estancia las voces de una disputa, mientras el resto de la mansión se sumía en el silencio. Para no oír aquellas voces la muchacha había salido de la cama, se había cubierto con un manto y asomado a respirar el aire de la noche.
Aquel hombre estaba solo en la oscuridad de la noche. Caminaba con paso de lobo entre los bloques de hielo almacenados por los fríos de un largo invierno. Su pantalón fuerte, su khalot, especie de caftán rugoso de piel de vaca, su gorra con las orejeras bajas, apenas le defendían del viento. Dolorosas grietas resquebrajaban sus labios y sus manos. Los sabañones mortificaban sus dedos. Andaba a través de la oscuridad profunda, bajo un cielo cubierto de nubes bajas que amenazaban con copiosa nevada, a pesar de que la época en que comienza este relato era los primeros días de abril, si bien a la elevada latitud de 58 grados. Se obstinaba en seguir andando. Después de una parada, tal vez se viera imposibilitado de continuar su marcha.
Esta amable carta, de una antigua empleadora, me fue entregada estando yo agotada y desanimada, tras una búsqueda infructuosa de un puesto como el que hora me ofrecían. Estaba tan interesada que me apresuré a salir de nuevo, con la esperanza de que nadie se me anticipara con los Carruth. Hecha de un imponente bloque de granito, la casa se levantaba en una tranquila plaza del West End que tenía su propio pequeño parque, donde había una fuentecita y donde los niños paseaban bajo sus capuchas blancas. Elegantes carruajes entraban y salían, las damas subían y bajaban con ligereza por los amplios escalones arrastrando sus vestidos de seda, y los caballeros, con sus trajes de montar intachables, pasaban a medio galope sobre sus hermosos caballos. Incluso las mujeres y los hombres de servicio tenían aspecto de que La buena vida bajo las escaleras hubiese sido representada en este siglo, al igual que en el pasado, y todo participaba del aire de lujo que impregnaba el ambiente, tan agradable como el sol en otoño. «Los Carruth deben de ser una familia feliz», pensé al acordarme de mi propia pobreza y soledad, mientras esperaba de pie a que contestaran a mi tímida llamada al timbre.
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