About Lady Nicotina
Estoy mucho mejor sin el tabaco y hasta tengo dificultades para simpatizar con aquel que fui. Incluso evocarlo, tal y como era, y observarlo sin prejuicios resulta tarea difícil, puesto que tendemos a olvidar las viejas facetas a las que hemos dado la espalda del mismo modo que olvidamos una calle que ha sido reconstruida. ¿Tiembla el esclavo liberado siempre que escucha el restallar de un látigo? Me parece que no, ya que sólo recuerdo vagamente, y sin un agudo sufrimiento, los horrores de mis días de fumador. Había noches en las que me levantaba con un dolor en el corazón que me hacía contener la respiración. No osaba hacer más. Tras, quizás, unos diez minutos de estupor, podía enderezar mi posición una pulgada en cada movimiento. Con menos frecuencia, sentía ese pinchazo durante el día, y creía que iba a morir mientras mis amigos me hablaban. Jamás compartí dichas experiencias con nadie; a decir verdad, aunque entre mis amistades se contaba la de un hombre perteneciente a la comunidad médica, le mentía sibilinamente en las escasas ocasiones en que me interrogaba sobre la cantidad de tabaco que consumía a la semana. A menudo, durante la noche, no sólo me prometía con toda solemnidad dejar de fumar sino que hasta me preguntaba por qué me gustaba. A la mañana siguiente iba directo del desayuno a mi pipa, sin el menor remordimiento. Más tarde me di cuenta, mientras me decidía a acabar con el hábito, que mejor hubiera empleado aquel tiempo en intentar dormir. Disponía de elaborados métodos para engañarme a mí mismo, puesto que descubrir la cantidad de onzas de tabaco que fumaba a la semana se convirtió en algo un tanto tortuoso. Con frecuencia fumaba cigarrillos para reducir el número de puros.
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